Primero se encendió el fuego de la memoria para recordar a las ancestras y los caminos que ellas recorrieron, para poder recuperarlos. Las banderas, coloridas, de los distintos pueblos originarios se entrelazaron en forma de caracol, en el piso. Se prendieron velas, se quemó incienso, se hicieron ofrendas. Al frente de la expresión ceremonial cosmogónica, la líder maya, de Guatemala, Lolita Chávez, pidió saludar al sol –que empezaba a asomar en el cielo platense de este territorio querandí, después del tormentón y el diluvio del sábado—y también a la luna. Fue el preámbulo de la poderosa asamblea de feministas de Abya Yala –expresión que le da sentido y pertenencia a los pueblos indígenas de Latinoamérica— que estalló de participantes, sobre todo jóvenes, frente a la glorieta de la Plaza San Martín, uno de los puntos neurálgicos de este #34Encuentro: a lo largo de las más de tres horas en que se extendió, se reafirmó la identidad Plurinacional de Mujeres y Disidencias del Encuentro, y se escucharon referentes de distintos pueblos originarios de la región, que enumeraron las luchas que hoy las (nos) hermanan: contra el capitalismo, el neoliberalismo, el extractivismo, el racismo, el colonialismo, el patriarcado y el machismo. “Protegemos nuestro cuerpo como nuestro primer territorio de defensa”, sintetizó Lolita Chávez y promovió un abrazo colectivo y feminista: “Nos queremos y nos cuidamos”, afirmó. Y en cada rincón, de esa multitudinaria asamblea al aire libre, los abrazos, las abrazas, entre conocidas y recién conocidas, se multiplicaron.
Las pibas del taller de Batuka le pusieron ritmo y calor a la asamblea con sus tamboras y la potencia de la percusión. La segunda jornada del #34Encuentro siguió cargada de debates: desde la mañana se reanudaron los talleres y por la tarde se inició la esperada marcha, que coronó esta fiesta feminista, por las calles de La Plata: desde 1 y 60 hasta el Estadio Único, la marea verde recorría unas sesenta cuadras. Este lunes, en el cierre, se leerán las conclusiones y se elegirá la sede del año próximo, por aplausómetro.
Antes de que las activistas feministas de Abya Yala tomaran la palabra, en un espacio que se viene repitiendo desde el ENM de 2008, en Neuquén, promovido por la activista Claudia Korol, la rapera mapuche Urraca Negra, entonó varios temas, que en sus letras reflejan las luchas de las mujeres y las disidencias: “Maternidades obligadas/muchas no pudieron decidir nada”, o “…la iglesia ha asesinado a muchas de nuestras ancestras” o “… somos muchas las que seguimos vivas porque le hicimos frente al macho femicida”.
Varios carteles expresaban la solidaridad con el pueblo de Ecuador y el repudio a la represión que está soportando desde hace días de parte de las fuerzas de seguridad del presidente Lenin Moreno, con un saldo –hasta ahora—de 6 muertos. “No están solas”, fue el grito unánime que se repitió, a viva voz, con el puño alzado, para acompañar a una activista ecuatoriana, que dio cuenta de la grave situación que está viviendo en su país. “Y mandamos a la mierda al Fondo Monetario Internacional” que no respeta “nuestros territorios”, arengó Lolita Chávez. Y el grito se multiplicó con ganas y se convirtió en frase y afirmación: “El pueblo unido, jamás será vencido”, resonó en la Plaza San Martín.
La comunicadora feminista Liliana Daunes llevó por momentos la conducción del evento. Se recordó a las ancestras que ya no están, como la activista ambientalista Berta Cáseres –que participó en 2014 en el ENM— que fue asesinada el 3 de marzo de 2016, en Honduras, a Marena Valdés Muñoz, esposa, madre de cuatro hijos, mapuche, también ambientalista y defensora de los bosques el agua y los territorios de su pueblo, en Chile, asesinada el 22 de agosto de 2016; a Marielle Franco, política y lesbiana brasileña, militante de los derechos humanos y de las mujeres negras, asesinada el 14 de marzo de 2018 en Río de Janeiro; a las activistas trans argentinas Diana Sacayán, asesinada el 11 de octubre de 2015 y Lohana Berkins, fallecida el 5 de febrero de 2016.
Se habló de “todas” y “todes”. Y luego el micrófono fue pasando por distintas voces que reflejaron cada lucha, cada grito de libertad: Alessia Dro, del Movimiento de Mujeres de Kurdistán, denunció el “genocidio” de su pueblo a manos del ejército turco. Isabel Huala, activista mapuche y madre del lonko Facundo Jones Huala –condenado a 9 años de cárcel en Chile–, pidió por su libertad y contó que ella está haciendo “una recuperación territorial de tierras que fueron de su bisabuela” en la zona del Nahuel Huapi, en Bariloche. “La única forma de resistir es luchando. Les quiero pedir que sigan luchando”, agregó la mujer, de 55 años y madre de seis hijos, acompañada por la más pequeña, de 11 años. También habló Ninoska Pallakura, de 25 años, mapuche, convertida en vocera para reclamar justicia por el asesinato de Macarena Valdez, y quien se hizo cargo del cuidado de sus cuatro hijos: a Macarena la encontraron colgada de una soga en su propia casa, en la localidad de Tranguil, comuna de Panguipulli, en Chile; su hijo más pequeño, en ese momento de 1 año, la vio así, muerta. “Su feminicidio no tiene todavía culpables. Ella fue asesinada en el contexto de la lucha que aún sigue dando la comunidad en contra de la empresa hidroeléctrica RP Global, de capitales austriacos. Su muerte se intentó hacer aparecer como un suicidio, pero las pruebas científicas aportadas por la familia han demostrado que sí existió intervención de terceros”, contó a Página|12 Ninoska. “A Macarena la mataron por ser mujer, por defender tu territorio”, dijo frente a la asamblea. Yurima y Ambar Miranda, hijas de Miriam Miranda, la activista hondureña defensora de los derechos humanos y ambientales de los garífunas, hablaron en su nombre, porque ella, finalmente, no pudo viajar. “No nos queda otra que acuerparnos y seguir luchando”, señalo Ambar.
"Cuanto más negra la piel más duro el lugar en la sociedad"
Jessica Corpas, de Mendoza, trajo la voz de los feminismos negros y migrantes en la Argentina. “Cuanto más negra la piel más duro el lugar en la sociedad que nos toca”, describió. Y puso en primer plano el hecho que para “que salgamos a las calles hay mujeres migrantes cuidando a nuestros hijos” y pidió: “Luchemos para que todas podamos salir a las calles de una manera justa e igualitaria”, que “caiga el patriarcado, el capitalismo, el noeoliberalismo, el colonialismo” y “que portar un cuerpo negro, migrante, indígena o racializado no sea una vergüenza”. Naiara Leite, del Movimiento de Mulheres Negras de Brasil también se refirió al racismo. “Los racismos definen nuestras existencias. Si comemos o no comemos, si somos violadas o no lo somos”, afirmó. Y empezó a sonar entre la multitud que se acuerpaba en ese sector de la Plaza San Martín, frente a la glorieta, “¡Fuera Bolsonaro!”. Leite se sumó al clamor, pero aclaró: “El racismo no es coyuntural (en Brasil), es estructural”. Tomó también la palabra Ketty Marcela López, de la Organización de Mujeres Indígenas, Andinas y Amazónicas, ONAMIAP, de Perú. Y le siguieron otras voces, de feminismos disidentes, “contra el lesbotranstravestiodio, el binarismo de género y el régimen heterosexual”, y de feminismos populares, piqueteros, villeros, campesinos, de trabajadoras contra las políticas extractivistas: casi medio centenar de voces, latinoamericanas, con el convencimiento de que los feminismos de Abya Yala son promesa de un mundo donde todes seamos libres. De verdad.